Historia del arco compuesto
Arma muy antigua, fue continuamente perfeccionada hasta el siglo XVII por pueblos asiáticos y árabes. Era más potente y ligera que los arcos simples pero, también, mucho más costosa.
Desde las fases finales del Paleolítico el hombre ha empleado el arco sencillo, una vara de madera larga y flexible provista de una cuerda. Los mejores arcos así fabricados, como el famoso longbow inglés, han sido armas eficaces y potentes, aunque algo incómodas pues podían medir más de 180 cms. Sin embargo, el arco compuesto entra en una categoría de complejidad distinta: su cuerpo no está hecho de una sola pieza (madera, casi siempre), sino de varios materiales que, combinando sus propiedades mecánicas, aseguran una potencia y alcance mucho mayores que las del arco simple.
Un arco compuesto consta de un alma de madera, revestida con asta (búfalo, cabra...) al interior o "vientre" del arco, y al exterior con tendón. Estas tres partes están encoladas con pegamentos de origen animal y su unión, reforzada con tiras de cuero o bandas de corteza mojada que, al secarse, se contrae y refuerza la unión.
Al tensar la cuerda, el cuerpo se dobla y el asta del vientre se comprime, mientras que los tendones del dorso se estiran. Las propiedades mecánicas de ambos materiales conspiran entonces para devolver el arco a su posición inicial: el asta comprimida, con un elevado coeficiente de restitución, busca expandirse, mientras que el tendón estirado busca contraerse, con una fuerza cuatro veces superior que la de la madera sola. Al soltar la cuerda, la energía acumulada es mayor que si el arco fuera de un solo material, y la velocidad de propulsión de la flecha es también superior. El núcleo de madera proporciona la forma del arco y el soporte para el adhesivo, pero juega un papel menor en su acción física.
Según un autor árabe del s. XV d.C., la estructura del arco compuesto es como la del hombre: tiene esqueleto (de madera), carne (asta), arterias (tendones) y sangre (la cola). Tiene vientre y lomo, y, al igual que el hombre, si se dobla en exceso se dañará.
Los arcos compuestos más elaborados tienen una forma invertida: sin tender, su curvatura es inversa a la que adoptan al ser encordados. De este modo, el mero acto de colocar la cuerda ya fuerza la estructura del arco, cargándolo de energía potencial; al tensarlo se le da aún más fuerza de propulsión. Todo ello lleva al límite la resistencia de los materiales, por lo que los extremos del cuerpo solían estar reforzados por piezas de hueso con una muesca para colocar la cuerda. Existen numerosas variantes, pero la mera forma del cuerpo del arco no refleja necesariamente su estructura interna, ya que existen arcos simples invertidos y doble convexos, y arcos compuestos no invertidos y de curva simple.
Ventaja añadida del arco compuesto, inverso o recurvado, es que goza de enorme potencia aunque sea pequeño: se conocen arcos compuestos de unos ochenta centímetros más potentes que arcos simples de un metro ochenta. Su reducido tamaño facilitó el uso por la caballería e, incluso, tácticas como el famoso tiro parto, en el que un jinete en falsa huida se giraba en su montura para disparar hacia atrás.
Estos arcos emplean normalmente flechas de astil mucho más corto que las del arco simple; su punta podía ser de bronce fundido o de hierro, a menudo de forma piramidal, macizas y a veces con arponcillos laterales que dificultan su extracción. Puntas escitas de este tipo fueron adoptadas por fenicios, cartagineses y otros pueblos del Mediterráneo; en Iberia aparecen a millares en ambientes asociados con la colonización semita. Se trata de puntas pequeñas y macizas diseñadas para la guerra, capaces de atravesar un escudo, perforar una coraza o herir profundamente un caballo.
El alcance suele ser irrelevante en condiciones de caza o de combate; lo importante es que la flecha llegue al blanco con fuerza suficiente y que la cadencia de tiro sea elevada. Con todo, una buena estimación es que el alcance efectivo en combate de un arco simple empleado en masa oscila en torno a los 175-200 metros, mientras que el del compuesto ronda los 300. De todos modos, en ambos casos las distancias de combate normales debían ser mucho menores, en torno a los 60-150 metros, con cadencias de unos seis disparos por minuto, radicando la diferencia en la potencia de penetración de las flechas.
No todo son ventajas, sin embargo. El arco compuesto era un arma muy elaborada, construida con materiales complejos por artesanos especializados. Un buen arco tardaba un año en completarse, para dar tiempo al adecuado secado de la cola. Por otro lado, estos arcos eran muy sensibles a la humedad, que afectaba al pegamento orgánico. Por ello, era necesario transportarlos en una funda (gorytos, en griego) y sin tender para no forzar su estructura. Probablemente por ello los arcos compuestos no fueron populares en la Europa húmeda, alcanzando su máximo desarrollo entre los pueblos euroasiáticos y del Próximo Oriente.
La dificultad para manejar los potentes arcos compuestos se llegó a convertir en un tópico de la literatura antigua. Sólo los grandes héroes, guerreros de fuerza hercúlea, eran capaces de tenderlos. Recuérdese el famoso episodio de la Odisea, cuando Ulises, de regreso en Ítaca y todavía disfrazado de porquerizo, fue el único capaz de tender su viejo arco escita, regalo de Ifito (Od. XXI). La cerámica ateniense de figuras rojas, del s. V a.C., a menudo representa a los mercenarios escitas tendiendo sus arcos con gran esfuerzo, utilizando la fuerza de brazos y espada, incluso de las piernas. En efecto, el esfuerzo de los arqueros era agotador y peligrosa su actuación, pues eran objetivo de las armas del contrario.
El origen del arco compuesto es impreciso, aunque se remonta a la Edad del Bronce, en el tercer milenio antes de Cristo, en el Próximo Oriente y/o las estepas asiáticas, y ya aparece representado en monumentos acadios. Los egipcios del Reino Nuevo emplearon arcos compuestos de cuerpo angular no recurvado, introducidos en el período hicso. El mismo faraón aparece, a veces, representado como un atleta, cuyas flechas alcanzan el blanco. Los textos de Ugarit mencionan los materiales necesarios para su fabricación: madera de tqbm del Líbano, tendones de toro salvaje, cuernos de cabra...
En torno a los siglos IX-VII a.C., los escitas popularizaron arcos de cuerpo doble convexo, más elaborados. A partir de este modelo, y durante siglos, partos, sasánidas, hunos, turcos y tártaros elaboraron tipos variados. Otros pueblos, como los chinos y los indios de las praderas americanas desarrollaron arcos compuestos, a menudo sólo con tendones y madera. Todavía en el s. XVII, turcos y tártaros empleaban arcos compuestos doble convexos, e incluso en época napoleónica algunas unidades auxiliares bashkires del ejército ruso emplearon arcos descendientes del turco medieval. Los franceses les llamaron les Amours, en referencia a sus arcos, parecidos a los de los Cupidos del arte occidental.
Si en algunos pueblos y épocas, desde la Grecia homérica hasta la Europa feudal, el uso del arco en la guerra ha sido despreciado como arma afeminada y propia de cobardes, entre otros muchos, desde los faraones egipcios a los samurai japoneses, ha gozado de gran prestigio social: por ejemplo, algunos arcos hallados en tumbas hunas del s. V d.C. estaban enfundados en lámina de oro.
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